
Confieso que no me gustan, ni me atraen los
textos y mensajes de la música llamada Reggaetón, y que por algún tiempo me
negué a ocupar un solo minuto de
mi atención a escuchar ese ritmo tan provocador e invasivo. Hace algunos años, mi hijo menor me invitó al Café
Cantante del Teatro Nacional de la Ciudad de la Habana, para presenciar una de las presentaciones de su grupo musical “Aceituna Sin Hueso”, agrupación, que se afanaba, en aquellos momentos en hacer una fusión entre los
ritmos de la música cubana y la rumba flamenca. Era uno de esos periodos en que
el trabajo y los problemas cotidianos nos dejan sin ánimo para vivir con el
vigor debido. Haciendo un esfuerzo me engalané con mis mejores atuendos, y ,e fui a la presentación. Llegué una hora antes de que comenzara la actuación de Aceituna,
y bajé por unas escaleras hasta un gran
salón donde una hornada de jóvenes ocupaba casi la totalidad de las mesas y
otra, no menos pequeña, se aglomeraba en la gran pista de baile del local. Eran
muchachos y muchachas que movían sus cuerpos de manera espectacular al ritmo de
la música de moda. Sin exageración era un hermoso espectáculo de alegría, sensualidad y gozo, una fiesta extraordinaria, y no hablo de la
actuación como tal, sino de la holganza que aportaban aquellos ritmos al vigor
desprejuiciado de tantos jóvenes. El impacto de aquel singular panorama, me hizo revisar los prejuicios con que había escuchado aquella música que desdeñaba por su
chabacanería y ramplonería. Ocupé una mesa bien cerca de la pista, para no
perderme los detalles de aquella asombrosa danza de cuerpo enérgicos, y pude no sólo disfrutar de cerca la velada, sino que aquella noche tuve la oportunidad de conversar con varios jóvenes, la mayoría de ellos, estudiantes de la
Universidad de la Habana, interesados en la ciencia y el arte. La opinión mayoritaria de los jóvenes era de desaprobación a los textos, pero me dijeron que las fascinaba el baile, y aquella música los llenaba y les permitía alegrarse el cuerpo y los sentidos. Cuando llegué a
mi casa, me enfrenté a mi mismo. “Roberto”, me dije, “tu debes ser el
equivocado”. ¿Era imposible que mis criterios fuesen lógicos cuando tanta gente
inteligente y con preparación era capaz de divertirse con semejantes ritmos?
Algo no funcionaba bien en las mentes de los que descalificábamos lo que la
mayoría aplaudía. Sin embargo, también pensé en la manera que las grandes masas
son a veces manipuladas por los mensajes de la publicidad y la reiteración de
la propaganda política. “No todo lo que aprueba la mayoría es lo bueno”, pensé.
Pero, es innegable el espacio que ha ganado esa música, o quizás le han cedido
los que deciden su difusión. Pero, me puse a viajar en el panorama musical
cubano: El danzón, por ejemplo, uno de los géneros de la música popular en la isla, que es
hoy patrimonio querido y protegido de la cultura oficial, fue en sus inicios,
vetado por el stablishment de la época, por considerarlo vulgar y obsceno. Los
géneros de la rumba cubana fueron por mucho tiempo relegados a lugares
frecuentados por gente de poca cultura, y considerados música de marginados. En
los años 60, el rock fue vetado en Cuba y por un
tiempo la música de los Beatles fue desterrada de la radio y la televisión de la época. La suerte
del reggaetón parece que no es, ni será distinta a la de muchos géneros
musicales surgidos de los segmentos de mayores desventajas dentro de la
sociedad. El rap (que no debe confundirse con el reggaetón) es aun rechazado por sus mensajes agresivos y muchas veces ofensivos, sin embargo, en mi opinión personal, es hoy por hoy
un género que intenta, en muchos casos y con una sinceridad electrizante, penetrar en los problemas
sociales y en la realidad sociopolítica como arma de defensa de valores de la cultura hip-hop, que pudieran estar comprendidos en cualquier tratado de derechos humanos y universales. A mucha gente le encanta el reggaetón, aunque como
música popular tiene su propio hándicap, esa tendencia a los
mensajes ramplones, la chabacanería y lo corriente. Como todas las formas del
arte, como todo lo que crea el hombre con su ingenio, esa forma musical tiene
un porvenir asegurado en la evolución que sin dudas vendrá. Estoy seguro de que
la prohibición del reggaetón, no va a mermar el consumo de ese tipo de música, ni mucho menos
la hará desaparecer. Toda prohibición es una invitación. Y aunque no me gustan los textos, y a veces me aturde el talante repetitivo de ese tipo de ritmo, creo que tiene todo el derecho a existir, porque son más los que lo quieren que los que lo rechazan. Hay aun en la tierra espacio para todos, incluyendo a los que les gusta y a los que hacen el reggaetón.