Dicen algunos que los años van
desterrando la poesía del corazón de los hombres, para cederle ese espacio a
las espinas de la razón. Sin embargo, el yucateco Roldán Peniche Barrera
destroza tal falacia en su poemario de 2010. Contemporáneo de José Emilio
Pacheco, Peniche ha ganado la empinada cúspide de su existencia trashumante y ahora
peina con orgullo los blancos cabellos de su majestad, y sus versos
exhalan un vigor juvenil irreprochable. Confieso que conozco bien poco a
los poetas yucatecos y que nunca había leído los versos de este ciudadano con
tanta vocación de cronista. Pero, dan ganas de ser poeta, cuando se leen sus versos. No importan sus insinuaciones
cuando antes de entrar a su libro dice sumarse al “sequito de sombras”, ni su
advertencia de que va preso de la angustia. Los poemas del yucateco son
ciudades a las que él nos va acercando con la destreza de un cineasta que muestra
en detalles no sólo las imágenes, sino la música, los ruidos, los silencios, sus
olores más perfumados y los más fétidos. A lo profundo de “Entre el Sudor y el Tiempo”
se entra desorientado “sin brújula”, y las palabras te toman de la mano y te
van haciendo caminar por los sitios que anduvo el poeta. Las ciudades muestran el
rostro de sus calles ruidosas de automóviles, anuncios, el sonido procaz de las
malas palabras que le tienden vida, entrelazadas con la percusión de bongoes y
las notas fuertes ya sea de Rachmaninoff o el allegro de una guitarra eléctrica
en el interior de un bar, “mientras se activa el estruendo de la vitrola”. Pero,
aquí el gran tema de Roldán Peniche es el tiempo. Los
versos que abren el cuaderno son mucho más
aventureros y juguetones que los que vienen a cerrar el libro, donde el poeta
se muestra reflexivo y observador, y también con una actitud condenatoria de
ese tiempo que “quiebra los celajes y silencia la flauta dulce de la oropéndola”,
ese tiempo que “acabará por tendernos su sucia trampa”.
“Entre el Sudor y el Tiempo” está escrito
fundamentalmente en versos libres, “versos hirsutos” diría José Martí, aunque
el poeta deja bien claro que domina no sólo las palabras, sino también las
formas clásicas de la poesía. De tal suerte aparece en el libro un soneto, con
el cual el autor nos explica sus apreciaciones de la formas de la poesía. Es una
especie de guiño en el libro, que también nos muestra la vida del poeta en esas
ciudades, de su existencia mundana, de su relación con el entorno más ajeno y
el más intimo, “donde se siente el tufo de arroz con frijoles” o cuando “sólo importa
un delantal barato y una desnudez perdida”.
No faltan en este hermoso libro
de versos los paisajes y las interioridades de ese México misterioso, mitológico
y estupendo que resurge a cada instante de las ruinas de Chichén Itzá, de las míticas
historias de Uxmal, los pregones de las calles de Mérida. De ese México de la
Zona Rosa o los vericuetos de Tepito, que sólo conozco a través de la mirada de
este poeta andariego y trotamundos, que también nos ha hecho desandar por esos
parajes ancestrales tan presentes en los patios y en la humedad que llega del
agua siempre fresca de los cenotes dormidos entre las paredes de la ciudad.
Decididamente, no estoy de
acuerdo con Oscar Wilde, cuando declara
que los poetas no se atreven a vivir las aventuras que escriben, y también me atrevo a disentir de Chesterton, cuando
sostiene que podemos vivir sin la poesía, porque soy de los que creen que la poesía
está en lo que se vive, es sólo esa la fuente de cualquier verso. Concuerdo con
uno de los fundadores del romanticismo, el alemán Johann Wolfgang von Goethe, porque
sospecho que Roldán Peniche Barrera se atrevió a esas aventuras, se adueñó de
ellas y las expresa muy bien en este cuaderno de poemas: “entre sudor y tiempo”
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Tengo fe en el mejoramiento humano, en la vida futura, en la utilidad de la virtud y en ti.
José Martí