Estamos ante la majestuosidad de un hombre sereno. “Es una delicia haber alcanzado la edad madura para soñar…”, dice y fija su vista en uno de los cuadros de la pared en el Café Los Tradicionales. ¿Y cuál es la edad para soñar? Pregunto. Gelasio Luna me mira y sonríe, se burla de mi como retándome a deducirlo, mientras saborea un café horchata. Mucha gente piensa que sólo durante la juventud se produce ese estado de ensoñaciones, anhelos y añoranzas que toma cuerpo en nuestras mentes. Sin embargo, toda la presencia de Gelasio Luna niega tal pretensión. Estamos ante un hombre que ya supera la curva de los ochenta. Su piel ya no es tersa, ni en sus ojos bailotea el seductor brillo de la juventud. Pero este hombre sueña, ama como toda la avaricia del primer día. Se cuestiona la vida de otros como si fuera su propia existencia: “¿Dónde vas caminante? ¿Tus tambaleantes pasos te sacarán de tu destino oscuro? ¿Es tu indeciso paso como tu vida misma reflejo fiel de tu agobiado espíritu?” Hoy está ante una multitud y un montón de preguntas. Una mujer recita sus versos como si emplazara al propio poeta: “¿dónde vas caminante? ¿A dónde vas hermano? Sacude tu pasado, sacúdete el ayer. ¿No incluyes la esperanza hasta en la rama seca que ya no tiene savia y quiere florecer? El auditorio aplaude y el poeta sonríe, pareciera que en su mano sostiene el cetro del amor y el entendimiento. La respuesta está en su propia vida, y en ese ademán que tiende para tocar la mano amada de su esposa.
No es siempre un poeta del mejor gusto, sin embargo es valeroso, abarcador y atrevido. Su palabra sabe nombrar las cosas de su tiempo. Al leer sus versos me siento feliz doblemente, porque en su poesía se respira la esperanza y agradecimiento por haber disfrutado los más elementales placeres de la existencia. La poesía de Gelasio Luna y Luna se afinca en el paisaje de México, con toda seguridad de las raíces de su natal Tlaxcala. ¿Y cómo podría ser de otro modo, si el poeta construye sus versos con las voces que pueblan su naturaleza, por eso la sencillez, la sinceridad y la honradez son algunas de sus virtudes fundamentales para construir cada verso. Luna tiene un modo amable de decir, y no hay en su poesía intento alguno de construir complejas metáfora, sus versos están vestido con la candidez que sólo puede abrigar a un hombre limpio y comprometido con su gente: “Mía es la exuberante yerba del pantano, la transparente perla del rocío, el agua grisácea de la aguada, y la angustia ancestral de todo hermano.” Aquí está Más Voces del Ayer, su último poemario, donde recorre la geografía de su México amado, su agreste naturaleza, sus dolores, sus incertidumbres, sus esperanzas. Más voces del Ayer tiene su gramática y su propia lógica cuyas reglas sostiene el tiempo en que transcurre la vida del poeta con sus conflictos históricos, sus luchas, sus compromisos, y hasta las canalladas de sus contemporáneos.
En su morada se respira paciencia, sus jardines hablan de su apego a la naturalidad, las paredes y las mesas de su hogar reflejan el detalle de la vida de un hombre dado a meditar y a la reflexión. Cuando leí su cuaderno de poemas “Mi tiempo eres tú” sentí ser testigo del amor de dos jóvenes hermosos dueño de sus propias circunstancias: “Tan cerca de tus ojos/la dicha infinita flota en el ambiente/el gorjear ligero de cada pájaro libre/las nubecitas blancas de las tardes calmadas/las errantes y diminutas estrellas fugaces.” Cuando conocí a Gelasio y a María me sentí testigo de dos vidas que habían alcanzado la majestad guiados por el amor. Por eso guardo la imagen de estos dos enamorados tomándose de la mano, mientras conversan amablemente en el café “Los Tradicionales, y también esas voces que me hacen presentir el ayer del poeta en mi propio futuro.
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Tengo fe en el mejoramiento humano, en la vida futura, en la utilidad de la virtud y en ti.
José Martí