domingo, 9 de diciembre de 2012

A propósito de la censura cubana al reggaetón


Confieso que no me gustan, ni me atraen los textos y mensajes de la música llamada Reggaetón, y que por algún tiempo me negué a ocupar un solo minuto de mi atención  a escuchar ese ritmo tan provocador e invasivo. Hace algunos años, mi hijo menor me invitó al Café Cantante del Teatro Nacional de la Ciudad de la Habana, para presenciar una de las presentaciones de su grupo musical “Aceituna Sin Hueso”, agrupación, que se afanaba, en aquellos momentos en hacer una fusión entre los ritmos de la música cubana y la rumba flamenca. Era uno de esos periodos en que el trabajo y los problemas cotidianos nos dejan sin ánimo para vivir con el vigor debido. Haciendo un esfuerzo me engalané con mis mejores atuendos, y ,e fui a la presentación. Llegué una hora antes de que comenzara la actuación de Aceituna, y bajé  por unas escaleras hasta un gran salón donde una hornada de jóvenes ocupaba casi la totalidad de las mesas y otra, no menos pequeña, se aglomeraba en la gran pista de baile del local. Eran muchachos y muchachas que movían sus cuerpos de manera espectacular al ritmo de la música de moda. Sin exageración era un hermoso espectáculo de alegría, sensualidad y gozo, una fiesta extraordinaria, y no hablo de la actuación como tal, sino de la holganza que aportaban aquellos ritmos al vigor desprejuiciado de tantos jóvenes. El impacto de aquel singular panorama, me hizo revisar los prejuicios con que había escuchado aquella música que desdeñaba por su chabacanería y ramplonería. Ocupé una mesa bien cerca de la pista, para no perderme los detalles de aquella asombrosa danza de cuerpo enérgicos, y pude no sólo disfrutar de cerca la velada, sino que aquella noche tuve la oportunidad de conversar con varios  jóvenes, la mayoría de ellos, estudiantes de la Universidad de la Habana, interesados en la ciencia y el arte. La opinión mayoritaria de los jóvenes era de desaprobación a los textos, pero me dijeron que las fascinaba el baile, y aquella música los llenaba y les permitía alegrarse el cuerpo y los sentidos. Cuando llegué a mi casa, me enfrenté a mi mismo. “Roberto”, me dije, “tu debes ser el equivocado”. ¿Era imposible que mis criterios fuesen lógicos cuando tanta gente inteligente y con preparación era capaz de divertirse con semejantes ritmos? Algo no funcionaba bien en las mentes de los que descalificábamos lo que la mayoría aplaudía. Sin embargo, también pensé en la manera que las grandes masas son a veces manipuladas por los mensajes de la publicidad y la reiteración de la propaganda política. “No todo lo que aprueba la mayoría es lo bueno”, pensé. Pero, es innegable el espacio que ha ganado esa música, o quizás le han cedido los que deciden su difusión. Pero, me puse a viajar en el panorama musical cubano: El danzón, por ejemplo, uno de los géneros de la música popular en la isla, que es hoy patrimonio querido y protegido de la cultura oficial, fue en sus inicios, vetado por el stablishment de la época, por considerarlo vulgar y obsceno. Los géneros de la rumba cubana fueron por mucho tiempo relegados a lugares frecuentados por gente de poca cultura, y considerados música de marginados. En los años 60, el rock fue vetado en Cuba y por un tiempo la música de los Beatles fue desterrada de la radio y la televisión de la época. La suerte del reggaetón parece que no es, ni será distinta a la de muchos géneros musicales surgidos de los segmentos de mayores desventajas dentro de la sociedad. El rap (que no debe confundirse con el reggaetón) es aun rechazado por sus mensajes agresivos y muchas veces ofensivos, sin embargo, en mi opinión personal, es hoy por hoy un género que intenta, en muchos casos y  con una sinceridad electrizante, penetrar en los problemas sociales y en la realidad sociopolítica como arma de defensa de valores de la cultura hip-hop, que pudieran estar comprendidos  en cualquier tratado de derechos humanos y universales. A mucha gente le encanta el reggaetón, aunque como música popular tiene su propio hándicap, esa tendencia a los mensajes ramplones, la chabacanería y lo corriente. Como todas las formas del arte, como todo lo que crea el hombre con su ingenio, esa forma musical tiene un porvenir asegurado en la evolución que sin dudas vendrá. Estoy seguro de que la prohibición del reggaetón, no va a mermar el consumo de ese tipo de música, ni mucho menos la hará desaparecer. Toda prohibición es una invitación. Y aunque no me gustan los textos, y a veces me aturde el talante repetitivo de ese tipo de ritmo, creo que tiene todo el derecho a existir, porque son más los que lo quieren que los que lo rechazan. Hay aun en la tierra espacio para todos, incluyendo a los  que les gusta y a los que hacen el reggaetón.