domingo, 20 de abril de 2014

UNA FOTO CON GABO

Un reproche que le hace a Gabriel García Márquez uno de sus amigos más cercanos, el colombiano Plinio Apuleyo Mendoza, es el haber sido huraño con los periodistas, en cuyo gremio desarrolló muchas de las habilidades que le permitieron escribir novelas como Cien años de Soledad y El Amor en los Tiempos del Cólera.

En diciembre de 2005, el escritor estaba de visita en Cuba, para la apertura del Festival de Cine de la Habana. Hacía sólo algunos días que Bernie Dwyer me habían hecho de regalo  una excelente cámara fotográfica, y coincidió que  el Premio Novel se encontraba sentado en el teatro, sólo tres filas a mis espaldas. Cuando me percaté,  me levanté entusiasmado para hacerle algunas fotos, pero un colega que estaba a mi lado, me previno: “No te acerques al hombre”, dijo refiriéndose al novelista, “Se pone bien pesa´o con los periodistas”. Desilusionado me volví a sentar, después de escuchar aquella advertencia, y me conformé con volver a casa con el deseo aun, de hacerle una foto al gran narrador con mi flamante Olympus.

Días después asistí con Dwyer a un evento en Casa de las Américas de la Ciudad de La Habana. Se trataba de un homenaje al Gabo, a través de una exposición de grabados del artista colombiano Pedro Villalba Ospina. El conjunto era una excelente colección de aguafuertes de Villalba, quien había realizado tan encomiable tarea después de leer más de veinte  veces la novela Cien Años de Soledad. La entrada de la sala de exhibición estaba realmente abarrotada de un público que esperaba con entusiasmo ver la fisonomía de los personajes y escenas garcíamarquianas  a través de la interpretación del acucioso grabador. 

De pronto la multitud comenzó a aplaudir y apareció un pequeño grupo de personas entre los que se encontraban el poeta cubano Roberto Fernández Retamar, Miguel Litín, el conocido director de cine  chileno, un hombre delgado de nariz afilada y sombrero de pana, y el mismísimo Gabo, Gabriel García Márquez. Tras algunas palabras de Retamar, el Nobel de Literatura cortó la cinta que inauguraba la exposición y la multitud fue avanzando hasta quedar todos dentro de un amplio salón. Dwyer y yo fuimos los últimos en entrar. En el salón comenzaron a aparecer varios sirvientes  con bandejas de bebidas. Algunos  asistentes estaban ocupados en mirar las obras de Villalba, otros se abalanzaban sobre las bandejas de bebidas, y otros aprovecharon para pedirle autógrafos a García Márquez y al hombre de  nariz afilada y sombrero, que no era otro que el grabador Pedro Villalba Ospina.
Cámara en mano, me acerqué a algunas de las piezas en exhibición para dejarlas perpetuadas. Logré fotografiar, con algunos defectos de luz a José Arcadio Buendía, uno de los personajes centrales de la novela de marras, atado al árbol donde terminaron sus chifladuras, el momento de la lluvia de mariposas y el vuelo de Remedio, la Bella, otro de los momentos espectaculares de la narración, y una escena de Melquíades, el jefe de la tribu de gitanos, rodeado de sus acólitos. Conseguí también fotografiar a algunas de las personalidades que estaban en él salón como a Miguel Litín y una toma lejana dentro de la multitud a Villalba mientras conversaba con su homenajeado. En un momento, Dwyer me pidió que disimuladamente, le hiciera una foto junto al novelista de Memoria de mis Putas Tristes. Realmente hicimos un complot, tomando en cuenta lo que nos había recomendado nuestro colega. Ella se acercaría al escritor de manera simulada y yo le haría unas fotos sin que él se percatara. La operación fue sencilla y pude hacer varias fotos donde Bernie aparece como restregándose al famoso novelista.
Como tuvimos éxito le dije: “Ahora me toca a mi.” Entonces traté de acercarme  al escritor, pero un grupo de sus admiradores lo rodeó, para solicitarle que le estamparan sus firmas en varios ejemplares de novelas que a todas luces guardaban en sus libreros particulares. Esperé nuevamente, y cuando ya estaba al lado del escritor, se le acercó Miguel Litín y parece que le hizo algún chiste porque los dos soltaron una carcajada, que me hizo ponerme en guardia, pero pronto comprendí que el Nobel estaba de magnífico humor, y me acerqué nuevamente en el momento en que Litín se movía a otro lado de la galería: Dwyer estaba nerviosa y no se había atrevido a accionar el obturador de la cámara fotográfica en ningún momento. Me acerqué nuevamente al escritor como si saliera de sus espaldas, y cuando llegué a su lado me detuve, y Bernie apuntó con la cámara hacia nosotros. Evidentemente, García Márquez se percató de la maniobra, y me miró con cara de pocos amigos: “Ajá, te estás colgando de la brocha”, me dijo al tiempo que se le escapó una sonrisa. Sin decir nada, miró hacia mi compañera de aventuras y se dispuso a posar de manera natural. Ya vuelto hacia mi, me dijo: “Bueno, espero que te sientas bien. Ahora hablemos de algo, me dijo. Por lo que veo estás saludable, no?” me preguntó. Entonces comprendí que se había dispuesto a permitirme una foto junto a él, pero Bernie estaba nerviosa,a pocos metros de nosotros, quizás esperando un desplante del escritor. Sin embrago, aproveché esa oportunidad para preguntarle, con visible nerviosismo, su criterio sobre la recreación de su obra maestra. “Pues, nada es un trabajo monumental de un artista excelente”, me dijo con una sonrisa, y acto seguido miró hacia Dwyer y le dijo: “Bueno, hazle la foto, ya”. Le ordenó, sin abandonar la sonrisa, pero con cierta ironía.
Entonces ella accionó la cámara un par de veces y el Nobel, me dio una palmada en el hombre y preguntó: ¿Satisfecho? Le di las gracias y nos estrechamos la mano.
Cuando llegué a casa era cerca de las 2 de la madrugada. Bernie no podía ocultar su entusiasmo por verse retratada al lado de uno de los escritores más importantes del siglo XX, por mi parte, también estaba animado, había logrado una foto notable. Con impaciencia, encendí la computadora y descargué las fotos. No podía creerlo, era realmente desconcertante. Las fotos de Dwyer casi pegada contra el Nobel estaban perfectas. Las mías, las que hizo para mi, estaban todas fuera de foco. No obstante, están entre mis  fotos más preciadas, adonde quiera que voy, se van conmigo. Y el incidente siempre es un gran motivo para contarlo.

miércoles, 12 de febrero de 2014

Adiós Trovador: es el destornillado cotidiano azar

Hoy me  desperté con la noticia, y no he dejado de escucharlo todo el dia, aqui en la cálida heladez de mi apartamento de esta ciudad norteña. Santiaguito fue un rebelde, hasta por la forma de coger su guitarra. Aun lo sigue siendo después de su sorpresiva muerte. Como dijo alguien con acierto, le cantó a su propia utopía. Nada tiene que ver su obra con la de su hermano Vicente, ni en el espiritu, ni en el vuelo. Como a muchos otros creadores le faltó y le falta difusión a su música en estos tiempos en que las emisoras de todas las latitudes imponen la chatarra y la basura empacada con tecnología de punta. No creo que el público cubano conozca lo suficientemente su obra como compositor e interprete, a pesar del poder de convocatoria de cualquiera de sus presentaciones en la Habana o en otros escenario del ámbito nacional. Quizás su persistente tartamudez lo empujó a elaborar esos textos llenos de  poesía y contenido, que le evitaron las socorridas explicaciones sobre los motivos de su obra que muchas veces realizaban la mayoria de los creadores de su época. Santiago Feliú no fue mi amigo personal, pero fue una presencia importante de mi época como trovador. Coincidimos muchas veces en  eventos musicales, entre los que recuerdo el Concurso de Música Adolfo Guzmán de 1981, donde competía una canción con mi firma y otros dos compositores guantanameros. Conversamos más de una vez sobre música cuando apenas empezabamos a hacer pininos en la composición musical, e incluso compartimos el mismo escenario en un concierto de jóvenes terminando los años 70 en el Cine Teatro América de mi pueblo. Un espectáculo que dirigió la soprano Alina Sánchez. Recuerdo que interpretaba varias canciones con Donato Poveda entre las que no olvido Salta, Saltarina, que ya muchos comenzabamos a tararear, junto a temas de otros colegas como Mujer si la Distancia es esa Huella de Rodolfo de la Fuente, y Canción de un Viejo Trovador, que interpretaban Xiomara Laugart y Alberto Tosca, quienes en aquel momento eran pareja sentimental y componían un fantástico dúo que algunos recordamos aun. Santiago saltó a los grandes escenarios después de dar a conocer su tema Para Bárbara, interpretado por Silvio Rodriguez y arreglado para orquesta por el pianista Frank Fernández y muchos  quedamos a la saga. Aun en la Habana, la última presentación de Santiaguito que pude disfrutar, fue precisamente en el teatro Amadeo Roldán, que a pesar de la pobre difusión estuvo abarrotado de una multitud de jóvenes todo un fin de semana. Su música me ha acompañado durante todos esos años. Hoy tambien mientras he estado trabajando en algunos diseño me sigue acompañando su voz, su guitarra y su música. Es mi forma de decirle adiós a este cantor de mi tiempo que ahora un golpe del " destornillado cotidiano azar" lo vuelve recuerdo y presencia infinita.