martes, 12 de enero de 2021

Señoras y señores: no le debo nada a la revolución

Por Roberto Ruiz Rebo

Los cubanos de mi generación frecuentemente hemos escuchado que lo debemos todo a la revolución. Nos dijeron que la revolución era más grande que todos nosotros. Fue repetido muchas veces, y nosotros lo creímos tanto que, a los que crecimos después del 59, y ya no lo creemos, casi siempre, tal aseveración nos pone en pausa, nos pone a divagar, nos pone a dudar. ¿Será cierto que tenemos esa deuda?  

Fuimos a la escuela sin que nuestros padres tuviesen que meter sus manos en los bolsillos, nos atendieron los médicos sin mostrar una tarjeta o número de seguro y encima de todo eso, nos pusieron a bailar con la música de que vivíamos a salvo del infierno. Fuera de la isla estaba la casa de Lucifer. Nosotros vivíamos en el mejor de los mundos posibles con un papá todopoderoso, invicto. Y fuimos creciendo con esos mitos. Los dictadores cubanos tuvieron todas las herramientas para inventar los personajes e historias creíbles. Los periódicos, la radio, la televisión, el cine, la literatura, la escuela, los sindicatos, las organizaciones de barrio, y un enemigo, en fin, todo lo necesario para una mitología sin fisuras, capaz de enamorar, de convencer al más suspicaz de los suspicaces. 

Señoras y señores: Yo no le debo nada a la revolución. 

Cuando era apenas un niño y en plena adolescencia, la “revolución” me sacó del hogar con sus cantos de sirena, me llevó a trabajar muchas veces: la escuela al campo, los domingos rojos, regímenes de trabajo y estudio en los centros becarios, movilizaciones a los cortes de caña para las zafras azucareras, entrenamientos militares. Todo eso en la niñez y en plena adolescencia. ¿Quién paga por todo eso?

Ya adulto con un salario raquítico y con una familia que cuidar, las “tareas revolucionarias” aumentaron y se hicieron casi obligatorias. Había que vigilar al enemigo para salvar lo más sagrado.  Y en 1983, fui llamado a Servicio Militar Obligatorio para cumplir una misión militar en la guerra civil que por entonces ocurría en Angola ya ocupada por tropas cubanas. Les aseguro que nadie me dijo que era obligatorio, pero todos sabíamos lo que tocaba hacer, a menos que tuviese un padrino poderoso. Mi madre lloró por mi partida y tuvo dificultad para reconocerme a mi regreso, estaba diezmado. De aquella aventura quedaron medallas inservibles, miedos y traumas que muchas veces me quitan el sueño. ¿Quién paga por todo eso?


Señoras y señores: no le debemos nada a la revolución, es la revolución la que nos debe. Nos debe los juguetes de la infancia, el café con leche de la mañana, nos debe el tiempo, el tiempo del esfuerzo bajo el sol ardiente, sudorosos y con hambre. Nos debe la conexión con el mundo, los parques, las carreteras, la autoestima, la distancia.
La revolución nos robó nuestros sueños de progreso y desarrollo, y el mundo que alguna vez amasamos para legarle a nuestros hijos que hoy sueñan con un boleto de avión para marcharse.  

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José Martí